lunes, 5 de abril de 2010

¿A quien iremos?



Mirando al cielo 62

“Le respondió Simón Pedro: Señor ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68)

Las reveladoras palabras del apóstol son sencillamente el reflejo de alguien que estaba totalmente comprometido con la causa de su maestro, o al menos así se veía. Pero no había sido él el que lo había descubierto por sí mismo, sino que el Padre que está en los cielos se lo había revelado (Mateo 16:17). Pero ¿no somos los hombres insoportablemente leves? Así pensaba Kundera al escribir “la insoportable levedad del ser”. Somos inconstantes en todos nuestros caminos como un hombre de doble ánimo, pero que no se revela hasta los momentos decisivos de la vida. El caso del apóstol es un vivo ejemplo de lo que digo; acababa de hacer una de las afirmaciones más certeras y reales de su vida, reconociendo que solo Cristo tenía palabras de vida eterna y no otro, que habitaba plenamente la Deidad de Dios en él y que no había otro lugar donde ir que no fuera con él. Estaba dispuesto a dar su vida e incluso blandió la espada al momento en que Cristo era apresado, cortándole la oreja a Malco (Juan 18:10). Hasta ahí, mostraba disposición de seguir y luchar por su Maestro, pero ¡hay de los hombres, que decimos una cosa y muchas veces hacemos otras! Que mostramos nuestras trivialidades y ligerezas al tiempo indicado y nos mostramos honorables, firmes y constantes en días que no hay que comprometer mucho. La historia es conocida, Pedro le negó tres veces. Felizmente hay tiempo para todo y el apóstol, abandonando la vergüenza que prosiguió a la negación (Juan 21), se convirtió en un gran pescador de hombres, hasta dar su vida por la causa y por las verdaderas “Palabras de vida eterna”, del cual era portador. Esta vez no le negó.
Que quiero decir con todo esto:
1. Que solo en Cristo hay palabras de vida eterna y en nadie más.
2. Que muchos de los que seguimos a Cristo a veces le negamos con nuestra actitud, como si sus palabras de vida no pudieran transformar la nuestra.
3. Que no importa lo cual decididos vamos a la iglesia, cuan bien vestido o con cuanta frecuencia; muchas veces le negamos en la cotidianeidad de nuestras vidas, en la conversación con el amigo; en lo que vemos en televisión y hacemos ver a nuestros hijos; en la celebración de una festividad y como festejamos. Las mentiras, la pornografía, los disparates, la ebriedad, la contaminación de nuestro cuerpo, son señales de “negación” de Cristo. Alegamos que es inofensivo y no le hacemos mal a nadie, lo mismo que un borracho que chocó con un poste y decía que conducía mejor.
4. Que no importan las tradiciones, eso no nos hace mejores. De qué sirve llevar el “ramo” una vez al año, comer pescado para semana santa o no comer carne, o vestir de cierta forma, o ver en la tele “Jesús de Nazaret” todas las pascuas, si el resto del año somos ególatramente nosotros mismos, hasta la próxima festividad.
5. Si al final de todas estas negaciones termináramos aceptando nuestra incapacidad de producirnos bien, y viniéramos al único que tiene palabras de vida eterna, encontraríamos el camino, ese mismo que en algún punto se le extravió a Pedro, pero que retomó, para ser el gran apóstol, y llegar nosotros a ser un baluarte de la iglesia de Cristo.

Pastor Marcelo Valdés