jueves, 17 de junio de 2010

El Poder de las Palabras




“Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2)

Las Palabras que salen de nuestra boca tienen el efecto de bendecir o maldecir (Santiago 3:10) y esto no debe ser así, pues no puede salir de una misma fuente agua amarga y dulce (11). Cuando la lengua es sinónimo de desenfrenos proverbiales, dichos destructivos o chismes, esa persona está cargada de veneno mortal (Santiago 3:8) y obviamente se espera de ella que tenga aún desenfreno de su cuerpo, porque quien no refrena su lengua, menos lo hará con su físico. Mas, aquel que no ofende en palabra, también es capaz de ponerle peros al cuerpo, si esto a de dañarle.
Es que las palabras tienen mucho poder, y ya lo decía Cervantes “más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo”, porque las que están fuera de lugar logran hacer daños que la mayoría de las veces son irreparables. Las malas palabras tienen el poder de ofender, envenenar, maldecir, encender un bosque (crear grandes problemas), llevar al desenfreno y la destrucción, incluso ser promotor de cosas infernales, traicionan, halagan de mentira, pone lazos (nos atrapa), logran derramar sangre, golpean el espíritu y el corazón, hace subir el furor, y multiplica nuestra vanidad. En contraste de esto, están las buenas palabras que tienen el efecto de bendecir, animar, afirmar, ser querido, ser apreciado por lo que decimos, ser considerado prudente, atinado y oportuno, ser un verdadero “árbol de vida” (Proverbios 15:4), un constructor y no un destructor.
¿Qué nos aconseja la Biblia? Primero, probar las palabras (Job 34:3). Así como probamos lo que entra a nuestra boca, debemos probar lo que saldrá de ella, porque lo que sale de nuestra boca es lo que contamina al hombre (Marcos 7:15). Segundo, responder con blandura, no con ira (proverbios 15:4); eso nos ayudará a no perder el control y así no lamentar a posterior dichos que nunca quisimos decir. Tercero, no prestar oído al chismoso, aunque parezca agradable lo que dice (Proverbios 18:8); esta es la fuente de muchos males y la mejor manera de evitarlos es evitándolos a ellos. Cuarto, oír antes de responder (Proverbios 18:13); muchos prefieren dar sus argumentos antes de dejar a otros argumentar, prefieren alzar sus voces, antes de oír lo que otros quisieran plantear. Son muy populares los que hablan mucho y no dejan hablar a otros, pero eso no siempre significa que tengan razón. Quinto, no ser ligeros en nuestras palabras (Proverbios 29:20), pues nos pone lazos y quedamos atrapados por ellas y cuesta mucho desatar los enredos de las palabras.
Todos en alguna manera hemos ofendido, pero todos tenemos la oportunidad de aprender a no ofender, y eso se hace con palabras edificantes, no destructivas, con palabras buenas, no malas. Aún las disculpas son “palabras buenas” cuando se ha herido a alguien con la boca, pues el reconocimiento de que somos imperfectos y arrepentirse del daño, muestra la grandeza de esa persona para con el prójimo. Entonces, aboguemos por las buenas palabras. Bendiciones.

Pastor Marcelo Valdés.