miércoles, 9 de junio de 2010

Viviendo de acuerdo a lo que esperamos


“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1)

Si un día llegara nuestro jefe, y sin previo aviso nos regalara pasajes en avión para pasar una semana de vacaciones al lugar que más nos gustaría viajar, ¿nos tomaría por sorpresa? ¡Claro que sí! Creeríamos que es una broma, pero luego aceptaríamos e indudablemente le preguntaríamos al jefe ¿Por qué? Y el jefe respondería “Porque simplemente yo quiero hacerlo”. Pasaríamos de la incredulidad a la alegría absoluta y nos dispondríamos a usar ese sorpresivo y tal vez inmerecido privilegio.
Bueno, así es en la vida cristiana; nuestro “jefe”, Dios, ya tiene los pasajes listo para que estemos en un lugar de ensueño, junto con él y solo porque él lo ha querido así. En su infinita bondad y su eterna misericordia y soberanía, nos ofrece a sus hijos un lugar maravilloso y una vida esplendorosa, nos ofrece una ciudadanía celestial (Hebreos 11:16). Pero no es lo único; nos promete ver su gloria, la gloria del hijo y nos dice “…para que vean mi gloria que me has dado” (Juan 17:24). Me imagino cuantas personas se morirían por ver a su artista o personaje favorito, o qué no darían por estar con ellos; lo veo en las personas que desembolsan altas sumas por ir al concierto de su artista favorito. Para los cristianos, ver al personaje favorito es un hecho, porque estaremos un día cara a cara con nuestro salvador ¡y solo por arrepentirnos de nuestros pecados y aceptarle como salvador personal! Sin desembolsar nada. Por tanto, nos sentimos gozosos de tal inmerecido premio, pero esperanzados de vivirlo en el día señalado por Dios, y contentos por tener un futuro “post mortem” auspiciosos.
Lo maravilloso de Dios es que nos trata como a herederos al decir “… y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo…” (Romanos 8:17), lo que, a mi entender, me da el título de príncipe. Y lo somos, pero no de este mundo, pues es celestial. En esta tierra solo somos extranjeros y peregrinos, tal cual lo pensaba Abraham (Hebreos 11:13) y confió en que su gloria seria después de esta vida.
Ante tan maravilloso panorama glorioso, no nos queda más que transitar por esta vida lleno de esperanzas, de alegría y dicha, entendiendo que las aflicciones presentes son temporales y que un día gozaremos de las promesas hechas por Dios. Como reza el himno cristiano “todas las promesas del Señor Jesús, son apoyo poderoso de mi fe” y sabemos que sin fe “es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Por eso te animo hijo de Dios, a que tengas fe en las promesas del Salvador que son fieles y verdaderas, para que en tus tiempos de tribulación recuerdes que eres un príncipe de Dios que heredará una ciudadanía celestial y te muestres al mundo como una persona llena de esperanza, una llena de gozo. Yo espero lo que Dios me promete, esa es mi fe.
Bendiciones

Pastor Marcelo Valdés