martes, 27 de enero de 2009

La Iglesia por la que Cristo murió


Mirando al cielo 13

“… Así como Cristo amo a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25)

Los beneficios, en cualquier lugar, de una buena iglesia son incontables. Es el lugar donde el pecador encuentra refugio y perdón, donde el adicto encuentra liberación, donde los hijos aprenden valores, donde muchos encuentran más que un hermano, un amigo; donde hay apoyo en tiempo de angustia, donde se intercede por el resto, donde hay edificación, donde hay restauración, donde mejor se expresa el amor a Dios y se alaba; donde hay preocupación por las autoridades, por la vecindad y por el país. Una buena iglesia debiera estar en todo lugar y ser luz.
Sin embargo, por muy buena que sea la iglesia, muchos no lo verán así. Hay quienes la critican, otros la detestan y para muchos le es indiferente. Algunos reclaman tener evidencias de malos testimonios de los “hermanos”, otros que es un lugar para los débiles y varios que no calza con sus creencias o principios. De todo hay. Y si bien la iglesia está abierta para todos, no todos quieren ir.
Pero somos los que asistimos los llamados a darle el título de “Buena”. La iglesia somos nosotros y nosotros la formamos. Si caminamos, conforme Cristo caminó en la tierra, indudablemente tendremos una buena iglesia ¡Y pese a toda crítica, seguirá siendo una buena iglesia! La mejor forma de saber si perteneces a una buena iglesia está en la devoción y obediencia que prodigan a su salvador, Jesucristo, y a su palabra; la mejor forma de saber si tú eres bueno para tu iglesia es cuan devoto eres a Cristo y su palabra. Y si lo eres, debes “andar como el anduvo” (1 Juan 2:6). Por tanto no es bueno preocuparse por lo que dirán los demás de tu iglesia; mejor es preocuparse por lo que Cristo diría de ti, en su iglesia. Porque Cristo dio su vida por su Iglesia y quiere que sus buenos hijos también den una vida de ejemplo por ella. Una mala iglesia es culpa nuestra, una buena iglesia se debe a la obediencia nuestra. No la menospreciemos, no la debilitemos, no la abandonemos; hacerlo es abandonar a Cristo.

Pastor Marcelo Valdés

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